viernes, 28 de noviembre de 2014

Mi cuento "Ganas de joder a las estatuas" en GRAGEAS 3

GRAGEAS 3 - MAS DE CIEN MINIFICCIONES DE AMERICA Y EL MUNDO es la nueva entrega de "Desde la Gente, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos", con selección de Sergio Gaut vel Hartman. Allí está mi cuento "Ganas de joder a las estatuas".

Se puede comprar en 


jueves, 20 de noviembre de 2014

Der rattenfänger

En junio de mil doscientos ochenta y cuatro, Hameln estaba infestada de ratas.
Los buenos hombres de la ciudad no encontraban forma de librarse de ellas, aún después de haber recurrido a los más afamados alquimistas de la comarca. Cierto día se hizo presente un músico extraordinario, pero misterioso, que decía venir de la vecina Hadessen. Prometió librarlos de la plaga a cambio de un fabuloso estipendio. Desesperados, los habitantes aceptaron. El Virtuoso estaba acompañado por un séquito de diez sirvientes y pajes, que montaron su enorme órgano tubular y lo dispusieron en la Plaza Mayor, cinco chantrés, cuarenta integrantes del coro; y, claro está, seis diáconos y un deán.
El Músico se sentó al frente del instrumento y durante dos días, de continuo, entonaron motettos, discantos, conductos, gymels, faux-bordones, duplos y triplos, rondellós, hoquetos, responsorios, canons, ave verum corpus, imitaciones y fugas, tropos y secuencias. Costó mucho, pero al final de la segunda jornada, la plaga había dejado Hameln rumbo al río Wesser.
El Cazador de ratas exigió el pago, pero los habitantes de Hameln no pudieron reunir la fortuna acordada. Con parsimonia, el músico ordenó a su cohorte que se alistasen nuevamente. Otra vez se sentó frente a su órgano, suspiró y descargó sus manos sobre las teclas. El tritono prohibido «Mi contra Fa», el diabulus in música, atronó el aire. Chantrés, coro, diáconos y dean se trasvistieron  en trouvés y juglares cazurros, ministriles, goliardos, minneängers, saltimbanquis, equilibristas, meretrices y bailarinas. De sus viejas carretas sacaron sus instrumentos: rabés, fídulas, cornamusas, zanfoñas, arpas, cémbalos, laúdes, cornetas, chirimías, sacabuches, añafiles, trombettas, flautas de pico, alboques, traveseras, bombardas, dulzaínas, caramillos, cromornos, bajones, darbukas, tamboretes, panderos, carrillones, olifantes, buccinas, crótalos, vihuelas, orlos, cornettos y pífanos; la mayoría de ellos censurados por la Santa Madre Iglesia.
Durante otros cinco días entonaron baladas madrigales, virelays, frottolas —villanellas, villottas, strambottos y barzellettas— y caccias, cançós, sirventés, laudas, cántigas y canciones del alba, lays, canciones de mal casada y canciones del trabajo, pastorellas, estampiés,  tençós y hasta jarchas y moaxacas. Bailaron basse danse, salterello, danse macabre, branle y tresque, carolas, y tantas otras danzas prohibidas desde las olvidadas bacanales del pasado. Bebieron vino, cerveza, hipocrás, claré,  hidromiel, sidra y perada expropiados de las casas de la ciudad. Se emborracharon hasta caer y escandalizaron a todos con sus gritos, sus obscenidades y exhibiciones orgiásticas.
Al fin de la séptima jornada, cansados de tanto vicio y vulgaridad, alarmados por tanta ostentación demoníaca, los buenos vecinos de Hameln negociaron con los varegos del rey noruego Magnus el sexto; y les vendieron, como esclavos, ciento treinta de sus niños.
Cuando le hubieron pagado, el Músico ordenó a los suyos que desmontasen el gran órgano, guardasen los instrumentos y se preparasen para partir.
Dejaron la ciudad el veintiséis de junio, día de los santos Juan y Pablo.
Acamparon en Emmerthal, a un día de marcha de Hameln. Dos de los sirvientes del Músico se adelantaron, con una gran carreta,  hasta Ottenstein y se detuvieron a unas trescientas yardas de distancia da las puertas de la ciudad. Allí liberaron el cargamento.
En julio de mil doscientos ochenta y cuatro, Ottenstein estaba infestada de ratas y los buenos hombres de la ciudad no encontraban forma de librarse de ellas. Cierto día se hizo presente un músico extraordinario, pero misterioso, que decía venir de la vecina Hameln. Prometió librarlos de la plaga a cambio de un fabuloso estipendio.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Recompensa a los actos de estúpida bondad

El rey, viejo de días, llegó a trance de muerte.
Estaba en su lecho; ojeroso, pálido, ajado y consumido; y jadeaba, fatigado, su respiración agonizante. Los ojos claros buscaron a su Maestre General y con un breve parpadeo, le indicaron que iniciase la Ceremonia de Despedida.
Desde los tiempos de Rahn el Conquistador y la instauración de los Gobiernos de Paz, hacía más de cuatrocientos años, todos los reyes de las Tierras Altas murieron en sus camas, rodeados por sus hijos y los Señores del Rey. Las últimas palabras de los moribundos fueron registradas por los maestres de cada uno, y grabadas como epitafios en sus mausoleos. Era parte de la Costumbre; y, según ésta, esas frases marcaban a fuego cada reinado, y a cada rey, en la Historia.
La hermosa tumba de Meklhem el Grande, hijo de Rahn y consolidador de las Leyes inició el legado y mostraba aún, desgastado por los años, el texto famoso que todavía encabezaba cualquier documento real: «La Paz ha llegado»
Brande el Santo dijo «Dios nos ha dado la Grandeza». En el ápside del mausoleo de Kirill el Fuerte se leía «La razón prevalece». Stoyan el Sabio sentenció «Buscad la Justicia». La Costumbre mandó recordar así a todos los reyes kvalnires.
Y ahora, a sabiendas de que cualquier expiración podía ser la última, el Maestre General mantenía los oídos muy cerca de los labios de Ahrend, conocido como el Bueno.
Por orden del Maestre, en la cámara real imperaba el más profundo silencio, para evitar que algún leve sonido pudiera sobreponerse a la voz débil del monarca; y su sentencia se perdiese para la posteridad.
Dos guardias abrieron las puertas. La solemne procesión entró y se ubicó a los pies del lecho de muerte. La encabezaban los Cuatro Príncipes, y detrás venían los Doce Señores del Rey.
El anciano moribundo miró al Uradel el Hermoso, heredero del trono, y admiró con algo de orgullo el cuerpo atlético de su hijo, sus cabellos rubios, su piel brillante, sus ojos celestes como el mejor de los días en las Costas y su porte real en el detalle con que apoyaba su mano en el pomo de Aesahaettr, la Espada Danzante.
Luego pasó la vista a Aelle, la Princesa del Amanecer y y extrañó los días en que sus manos jugaban entre los cabellos rojos y ensortijados de su hija. Deseó besarle, una úlima vez, las pecas innumerables de sus mejillas rubicundas y alzar en el aire su cuerpo menudo, como lo hacía cuando era niña.
Sintió una leve inquietud al posar sus ojos en Gram, el Príncipe Silencioso. Siempre le pasaba al mirar los ojos profundos y oscuros, la piel tunecina y los largos y negros cabellos lacios.
Esbozó una mueca que quiso ser sonrisa al mirar a Snag, la Princesa Feliz y adorar la piel nívea de su pequeña, su nariz fina y su cabello leonado y sedoso.
Movió los labios, en un intento de articular palabras. El Maestre General aguzó su oído.
Ahrend miró a sus hijos otra vez. Los dorados cabellos de Uradel, el pelo rojo y rizado de Aelle, la melena azabache de Gram y los bucles ocres de Snag. Rubio, rojo, azabache y castaño.
Intentó hablar otra vez y la voz se le cortó con una tos seca y apagada. Hizo un leve gesto con su dedo al Maestre General que se acercó aún más. El rey aspiró por última vez y dijo:
—La reina siempre fue muy puta
Después, murió.

viernes, 7 de noviembre de 2014

En "Cuentos Criollos" leen mi cuento "Carta abierta a Dios"

En "Cuentos Criollos N°32 del 2014 / Programa on-line sobre literatura argentina y rock nacional"" Juanci Laborda Claverie y Facundo Insegna leen mi cuento "Carta abierta a Dios"

El audio acá:

Carta abierta a Dios